viernes, 15 de noviembre de 2013

La tragedia le gana a la Copa



La Segunda Guerra (1939-1945) fue una tragedia de proporciones inconmensurables. Decir que durante los años 40 se desvaneció cualquier posibilidad de disputar un mundial de fútbol, es una consecuencia muy mínima entre tanta devastación. Pero aquí nos estamos refiriendo a la historia de un deporte y en él nos vamos a centrar. 
Para ello, sugiero leer este atrayente texto, parte del segundo tomo de la Enciclopedia Mundial del Fútbol, para comprobar -una vez más- que cuando lo político 'invade' lo deportivo nada bueno puede suceder...


"Fútbol y política: el fascismo contra el deporte

Es verdad que ante los Campeonatos Mundiales de 1934 la escuadra italiana se había preparado a fondo. Jugaba en casa, su sistema político, según Mussolini, era superior a los demás países participantes, y la 'raza italiana' formaba parte de aquella 'raza superior' que, según decían en Alemania, debía llevar a Europa a cumplir un destino inmortal. El dinero proporcionado por el estado italiano a los dirigentes político-deportivos era abundante, e incluso el extremado nacionalismo auspiciado por el aparato propagandístico del régimen había sido sacrificado para la contratación de dos extranjeros, llamados mixtificadoramente 'oriundos': los superases argentinos Orsi y Monti, dos de los mejores jugadores de la famosa selección de Argentina, vicecampeona mundial. Todo era lícito para vencer.

Este último dato marca, por otra parte, un hito en la historia futbolística: el de los oriundos. Una primicia que unos años después, sobre todo a partir de la década de 1950, cobraría dimensiones escandalosas y propiciaría abusos inauditos, sobre todo en la misma Italia, en España, e incluso en Francia. Se trataba de un nuevo aspecto de un profesionalismo sin cortapisas. El extremismo nacionalista de Mussolini no sentía escrúpulos de 'pureza' si el resultado final era satisfactorio.

Por otra parte, es necesario señalar que la realidad histórica que enmarcaba aquella coyuntura de 1934 en que debían celebrarse los campeonatos era muy compleja. Tras la brutal crisis económica de 1929, que demostró cuan frágil era el optimismo de los años 20, diversos países europeos sufrieron fortísimas convulsiones sociales, frente a las cuales los sistemas políticos imperantes fueron desbordados por grupos extremistas. Italia hacía ya tiempo que había entrado en la vorágine fascista; Alemania era ahora presa del mismo torbellino, y en su imparable expansión había llegado a anexionarse Austria como parte del III Reich. El nacionalismo exacerbado era la primera gran característica de los regímenes fascistas que implantaron sistemas políticos totalitarios. Asimismo, en el caso alemán alentaba un espíritu de desquite por la derrota sufrida en la guerra de 1914-1918, y en el de Italia, que había participado en la contienda a favor de los aliados, se vio defraudada por las conclusiones del Tratado de Versalles, que consideró escasamente generosas para con sus reivindicaciones. Ahora Mussolini aspiraba a conseguir mediante la violencia y el chauvinismo lo que no alcanzó en las negociaciones versallescas.

Victoria a cualquier precio

En tales condiciones, la II Copa del Mundo, de 1934, organizada por el gobierno italiano más que por una federación apolítica, fue considerada en aquel país como una 'guerra'. Una guerra en la que debía vencerse a toda costa, para demostrar la superioridad incuestionable de 'lo italiano' frente a las decadentes representaciones extranjeras.

La FIFA no estuvo en esta ocasión a la altura de las circunstancias. Debió prever que la principal faceta de esos campeonatos sería la subordinación de lo deportivo a lo político; pero, siguiendo la trayectoria perfilada por los gobiernos democráticos europeos frente a las exigencias fascistas, cedió y contemporizó, llegando a tolerar y legitimar abusos sin cuento perpetrados por los violentos jugadores italianos, un público fanatizado, unos displicentes federativos y unos árbitros pusilánimes.

(...) 

Vísperas de una nueva tragedia bélica

La crisis política abierta a lo largo de la década no había mejorado en 1938. Al contrario, la realidad y las perspectivas eran muy pesimistas. La crisis económica no favorecía su resolución y las rivalidades entre Alemania e Italia, por una parte, y Gran Bretaña y Francia, por otra, se acentuaban. En 1936 se habían celebrado los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados militarmente por el régimen nazi de Hitler, en un clima de xenofobia nacionalista y racista. Los alemanes qusieron confirmar ante el mundo su superioridad racial, la de sus hombres y mujeres, blancos, rubias y sonrosados, pero el negrito estadounidense Jesse Owens les demostró que era el más rápido corriendo y el que saltaba más metros en longitud, alterando los esquemas socio-biológicos del nazismo, según los cuales la raza negra, la más distante de la perfección aria, debía quedar irremisiblemente relegada al furgón de cola de las capacidades humanas.

Por otra parte, la Guerra Civil Española - premonitoria de la conflagración mundial que se produciría unos años después- había estallado en 1936, y el conflicto se alargaba. Esto marginaba dele las competiciones a una de las mejores escuadras futbolísticas del continente, en la que jugaban primerísimas figuras, como el guardameta Zamora y el defensa Quincoces, el hombre que casi desbarató los planes italianos en el célebre partido que finalizó con empate a un gol, aquella recordada tarde de Florencia en el mes de mayo de 1934.

Sin embargo, la FIFA decidió que, aun a pesar de condiciones tan adversas, un nuevo torneo mundial podía servir de catalizador apaciguante de los ánimos políticos, y se eligió a París como escenario del mismo

(...)


(Luego del Mundial) la Federación Inglesa conmemoró el 75 aniversario de aquella reunión de 1863, en la Freemason's Tavern, en la que se decidió su fundación. Para celebra la efemérides se tuvo una idea original: un match entre la selección inglesa y otra del continente (...) Aquello fue el canto del cisne de una hermandad continental que pronto se quebraría. Al año siguiente, en abril de 1939, se escuchaban los últimos disparos del conflicto fratricida español, pero a los pocos meses estallaba la II Guerra Mundial.

La guerra civil española y sus resultados arruinaron al país, y naturalmente la vida deportiva se colapsó. Aquella brillante selección que a punto estuvo de romper las ilusiones de Mussolini, que fue vencida por un ambiente chauvinista en 1934, quedó reducida a cero. Muchos de sus ases, como Lánfgara y Ventolrá, marcharon al exilio; otros habían envejecido, como Zamora. El fútbol españo debía, pues, renovarse absolutamente, al igual que le fútbol europeo debería hacerlo seis años después, tras haber quedado diezmado por la guerra entre las naciones del bando aliado y las potencias del Eje. Forzosamente, 1945 sería el principio de una nueva época.

En vísperas del inicio del fragor de tanques y cañones, la FIFA, en un gesto que incluye una buena dosis de dramático optimismo, en una circular recomendaba a sus federaciones filiales la necesidad de que los jugadores portasen camisetas numeradas, correspondientes a su posición en el equipo...


Europa, en ruinas

Millones de personas habían muerto nuevamente víctimas de otra guerra tan solo veinte años después de consumada la anterior confrontación de 1914-1918. Nuevas generaciones de hombres y mujeres jóvenes que hubieran sido buenos o excepcionales deportistas murieron en los campos de batalla o en la retaguardia, en el enfrentamiento directo o diezmados por aquella nueva y terrible arma que sembró el terror en las ciudades: la aviación. Europa fue, a lo largo y lo ancho de sus fronteras, exceptuando España -que había vivido su propio drama fratricida-, una trinchera. Al finalizar la contienda -con la derrota italiana y alemana- el continente estaba reducido a ruinas. Asia y África también fueron escenarios de luchas similares. Solamente el continente americano quedó a salvo de la conmoción que sacudió al mundo.

El deporte, y con él el fútbol, fue sustituido durante seis años por la potencia por derrotar mortalmente a un enemigo, por la agilidad para parapetarse a tiempo de evitar una bala, por la sagacidad para ver y no ser visto, por la destreza para adivinar el corazón del enemigo y el punto neurálgico de una ciudad para que la bomba que se le enviaba fuera lo más eficaz posible.

Pera el mundo debía renacer una vez más, y con él las actividades propias de una sociedad normalizada en todos sus aspectos, culturales, sociales, deportivos, aunque la falta de sangre joven inmolada en los campos de batalla se haría notar en el futuro inmediato."





  







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